El comercio internacional impulsa crecimiento, innovación y reducción de pobreza, pero genera ganadores y perdedores. Los países deben diseñar políticas que mitiguen los costos humanos de la apertura y garanticen dignidad a quienes resultan más afectados.
Por Marcos Agurto. 03 octubre, 2025. Expreso el 12 de septiembre del 2025En su mayoría, los economistas coincidimos en que el comercio internacional ofrece enormes oportunidades, especialmente para países como el Perú, que logran acceder a mercados de gran tamaño y alto poder adquisitivo. Promueve, además, la innovación y la competitividad, pilares del crecimiento sostenido y de la reducción de la pobreza.
Sin embargo, en los procesos de apertura comercial, aunque el conjunto se beneficie, siempre existen ganadores y perdedores. Estos últimos se concentran en sectores que, por su baja competitividad, deben desaparecer o reducirse. En teoría, la reubicación de las personas desde estos sectores hacia otros más eficientes debería aliviar las pérdidas; en la práctica, esta movilidad suele ser limitada.
Diversos estudios destacan esta realidad. Petia Topalova, economista del FMI, mostró que los distritos de India con sectores más afectados por la reducción de aranceles en los noventa redujeron menos la pobreza, debido a la lenta reasignación laboral. En Estados Unidos, como señalan los Nobel Duflo y Banerjee, durante la apertura comercial de esa misma década muchas comunidades vieron cerrar para siempre sus fábricas, con un fuerte deterioro en su bienestar y cohesión social.
Más allá de las estadísticas y los modelos, estos costos tienen un marcado componente humano: las personas recordamos con especial aprensión las experiencias que limitan nuestra posibilidad de vivir dignamente. Fedor Dostoievski, maestro de los confines del alma, ilustra esta dimensión en su novela Los hermanos Karamazov, en la figura del capitán retirado Snegiryov. El capitán, hombre pobre y humilde, es golpeado y humillado públicamente por el mayor de los Karamazov, Dmitri, lo que hiere profundamente a su pequeño hijo enfermo. El bondadoso Aliosha Karamazov intenta reparar el daño, ofreciendo dinero al capitán para aliviar sus condiciones y atender la salud del pequeño. En una escena sobrecogedora, el capitán recibe el dinero, lo aprieta en su puño, imagina cómo su vida podría mejorar… pero, tras unos segundos, lo arroja, lo pisa y rechaza la ayuda.
No debe sorprender, por tanto, el respaldo de un grupo de ciudadanos en Estados Unidos a las tarifas que, con idas y vaivenes, viene implementando la presidencia de Trump, incluso cuando estas encarecen productos esenciales y afectan su bolsillo. Muchos de ellos viven en zonas golpeadas por la apertura comercial de los noventa, marcadas por la pérdida de empleos y de comunidad, y constituyen buena parte de la base del movimiento Make America Great Again (MAGA). Si ese respaldo se mantendrá o no, es una pregunta que excede el objetivo de esta columna, pero revela la fuerza que tienen las experiencias de pérdida y el sentido de dignidad.
En suma, el comercio internacional es beneficioso para los países; pero no debemos perder de vista a quienes cargan con los costos de los cambios estructurales, como ocurre en los procesos de apertura comercial. Cuando el “todo” mejora, los países deben diseñar políticas que ayuden a los afectados a lograr una vida digna. Sociedades que reconocen y protegen esa dignidad construyen futuros viables y sostenibles.








